Dónde nacemos

Begoña Galán22-Ene, 2018Malawi , sensibilización

Seguro que más de uno se ha parado a pensar alguna vez en la suerte que ha tenido de nacer donde ha nacido. O la mala suerte. El hecho de no haber elegido en absoluto, de no haber hecho nada para merecerlo, simplemente nacer, llegar al mundo. Y cómo cambia la cosa dependiendo de dónde lo hagas…

Llevo tres meses en Malawi, como voluntaria de África Directo. Estoy en uno de los proyectos más antiguos de la fundación: Alinafe Community Hospital. Un pequeño hospital que empezó como centro de rehabilitación nutricional y que hoy en día, gracias al apoyo de AD durante casi 20 años, cuenta con atención primaria, área de mujeres, hombres, pediatría, maternidad, nutrición, tratamiento para el VIH, y numerosos programas comunitarios que se desplazan para prestar sus servicios a aquellos que no pueden llegar hasta Alinafe. Programas de clínicas móviles en los que cada semana la ambulancia llega hasta aldeas remotas y realiza sesiones de fisioterapia, de cuidados paliativos para enfermos crónicos, programas sociales para huérfanos y numerosas actividades que envuelven a toda la comunidad y fomentan su desarrollo, sin limitarse tan solo al tratamiento médico en el propio hospital.

El trabajo que se hace desde Alinafe y el servicio que presta a toda la comunidad, es admirable, y, sobre todo, necesario. Sólo hace falta darse una vuelta por la zona visitando a sus habitantes para entenderlo.

Antes de venir, traté de hacer un esfuerzo y mentalizarme ante cosas que sabía que me iba a encontrar. Y a lo largo de todos mis viajes por África puedo decir que al final he hecho un poco de callo. Es verdad que siempre he visto la cara amable, que los países por los que me he movido me han mostrado el divertido carisma africano. Aún no he tenido narices de meterme en un Congo, o Nigeria, o pasarme por Somalia o Sur Sudán. Los fantasmas con los que me he cruzado no eran miembros de Boko Haram, no eran una AK-47 ni he tenido que esquivar minas anti personas. He viajado sola y creo que no he sentido miedo nunca, no recuerdo ninguna situación especialmente tensa. Sin embargo, los fantasmas que he visto tenían cara de pobreza, de hambre, de enfermad. He visto los estragos de la malaria, del sida. He querido llorar con el sistema educativo o la falta de él, y he llorado por la situación de la mujer. Y al final, haces callo. 

Pero, aun así, llega un día cualquiera que te llaman de la oficina para que vayas a hacer algunas fotos de una sesión de fisioterapia. Y mientras observo cómo se desarrolla la sesión me encuentro congelada por los pensamientos que se me pasan por la cabeza.

Delante de mi cámara está el trabajador del hospital enseñando a unos jovencísimos padres unos ejercicios físicos para estimular el cerebro de su pequeño de dos años, que pese a haber llegado al mundo sano, a los pocos días de nacer un ataque brutal de malaria le dejó una parálisis cerebral.

Me conmovió enormemente la atención de los padres a las palabras del fisioterapeuta. La mirada de interés y desconcierto hacia las indicaciones, y cómo repetían ellos mismos los ejercicios sobre una colchoneta en el suelo mientras el pequeño no paraba de llorar. Y mientras yo lo veía, escuchaba con atención, hacía algunas fotos, no podía parar de pensar… ¿Qué haría yo si a mi hijo le pasase eso? Y lo primero que me venía a la cabeza es que tendría un millón de ayudas, que, a pesar de lo duro de la situación, si estuviese en España, tanto mi hijo como yo llevaríamos una vida totalmente distinta a la de esa joven familia. Y sólo porque soy española. Yo no he decidido nada, no he hecho nada para merecerlo, pero sé que, aunque viva en África, aunque venga hasta aquí, viva de manera sencilla y me adapte al ritmo local, nunca, nunca voy a estar en las mismas condiciones que la gente nacida aquí.

Si algo así me pasara solo tendría que coger un avión y mi vida cambiaría radicalmente. Y podría hacerlo, en cualquier momento. Pero millones y millones de personas no. No existe ese avión, no existe esa salida. Su salida es luchar sin medios para que su hijo con una enfermedad de ese calibre salga adelante, y tratar de darle la mejor vida posible, a él y al resto de hijos que seguramente tienen o tendrán. No puedo ni siquiera tratar de describir la vida de esa madre, mucho más joven que yo.

Y yo presenciaba esa situación, con el corazón encogido y un nudo en la garganta, pensando qué haría yo si me tocase vivir algo así. Pero no, nunca sería igual.

Por eso creo que es tan importante el trabajo del hospital, el trabajo de Alinafe, y el trabajo de África Directo. Estamos hartos de ver y escuchar historias de este estilo, de la dureza e injusticias que viven los países en vías de desarrollo, pero también hacemos callo y nos tocan poco y desde lejos. Pero cuando estás aquí, ves cómo llega esa ayuda, cómo se materializa. Y me preguntaba, qué sería de esta joven familia si no tuviesen el apoyo de Alinafe. Si no existiera el programa de fisio en el que alguien pudiera explicarles algunas cosas: primero, qué es lo que le pasa a su hijo, por qué no es como los demás, y segundo, qué ejercicios pueden hacer para estimularle, para que poco a poco mejore y la vida de todos sea un poco menos dura.

Me preguntaba qué hacen los millones de familias a los que no les llega este tipo de ayuda. Y a pesar de que se me encogía el corazón al pensarlo, me emocionaba al saber que al menos Alinafe está aquí para unos cuantos. Para unos cuantos muchos a los que da servicio y apoyo en el distrito de Nkhota Nkhota, al ser el único hospital en zona rural, justo en medio de las dos ciudades próximas.

Se ha hecho mucho trabajo, se está haciendo mucho trabajo, y aún queda mucho trabajo por hacer.

Yo nunca podré ponerme cien por cien en la piel de ellos, porque no he nacido aquí. Yo nunca voy a tener los mismos problemas. Siempre voy a tener una salida que por más que me gustaría no puedo compartir. Pero lo que sí puedo hacer es presenciar la salida que ofrece Alinafe, el alivio que supone, la ayuda que significa para estas familias. Y otra cosa que puedo hacer es contároslo. Para que lo sepáis. Para que el apoyo no deje de llegar. Para poner en valor el trabajo que se hace aquí, gracias en parte a la ayuda recibida de España, y para agradecer a todos y cada uno de los que, sin haber elegido donde nacer, si han elegido qué hacer con su vida y es hacer posible que esta joven familia, así como muchísimas otras más, tengan una opción de convertir su dura situación, en una vida un poco más llevadera. De traer esperanza al cálido corazón de África.