La sonrisa perdida de África
12 de la mañana en Bidibidi refugee camp. Mucho sol y poca sombra. Desde nuestro privilegiado banco en el Centro de Reuniones del Asentamiento, apenas se escucha nada que atisbe la vida de tanta gente en la zona. Alguna tímida conversación, una mamá cargando en la cabeza sus 25 litros diarios de vida, y en este momento el sonido de un martillo. Están construyendo una nueva “tienda”. Se une a las 6 ya terminadas que forman una línea paralela a la cuneta del camino que cruza el asentamiento. Al paso de cada vehículo lanza implacables olas de polvo a sus vecinos.
En estos establecimientos, propiedad de gente local, se pueden adquirir varios tipos de refrescos y cerveza calientes, así como ciertos utensilios para la comunidad y huevos o caramelos como oferta culinaria. Jamás vi ningún cliente. Porque aquí el comercio no existe, al menos por el momento. Aquí no hay nada. NADA. Hago énfasis en la palabra por lo difícil que es reproducirla en nuestra conciencia occidental y lo fácil que es olvidarla una vez te vas de aquí.
El día a día en esta zona del segundo campo de refugiados más grande del mundo es básica. Consiste en conseguir llegar a ver el sol del día siguiente pasando el menor hambre posible. Una lucha llevada a cabo en casi la totalidad de los casos por la mujer, cabeza de familia, que trata de sacar adelante a sus pequeños cuyo número medio por pareja es de 7. La mayoría de los hombres quedaron atrás en el éxodo de Sudán del Sur hacia Uganda. Unos al cuidado del ganado y otros al del Kalashnikov en los enfrentamientos diarios que siguen librándose al otro lado de la frontera.
La batalla por aliviar las necesidades diarias más primarias de cualquier ser vivo cortan de raíz cualquier atisbo de progreso en la comunidad. Creatividad o imaginación quedan relegadas a un segundo plano.
Estamos ante un pueblo patológico que sufre de desesperanza. Una total ausencia de idea de futuro para ellos y sus familias. La brutal y cruenta guerra que ha golpeado a estas gentes, un largo y difícil viaje dejando todo atrás, las grandes dificultades encontradas a su llegada a un lugar en el que las buenas intenciones se pierden en largas reuniones burocráticas, especulación, relocalizaciones una vez asentados y pocas soluciones efectivas por parte de las grandes organizaciones aquí reunidas son causa de ello. Además hay que tener en cuenta los recursos limitados del país que acoge, que no tiene suficiente para los suyos mientras sigue recibiendo gente. Algo así como nuestro querido viejo continente.
La sintomatología que salta a la vista es la impactante sonrisa de estas gentes. La sonrisa, uno de los símbolos africanos por excelencia. Esas que aparecen en cualquier rincón, en las situaciones más inverosímiles, cargadas de energía, verdad y fuerza para sobreponerse a todo. Instantáneamente provocan en el receptor la necesidad de devolverla. Un auténtico traspaso de sentimientos, pura empatía. Verdaderas luces en la oscuridad.
Pues bien, las sonrisas de Bidibidi son diferentes. Podría decirse que son medias sonrisas, por el acto reflejo africano de esbozarlas. Pero transmiten dolor, mucho dolor. Un dolor que se refleja también en la mirada. Apática y triste. Dirigida a un futuro incierto, esperando cualquier destello que les arroje una mínima esperanza, ya no a los adultos, golpeados irreversiblemente por la atrocidad de la guerra, sino a sus descendientes. A los miles y miles de niños de Bidibidi que les cambió el destino por el orgullo, egoísmo y aires supremacistas de ciertos dirigentes a los que no conocen, así como los eternos conflictos étnicos de su tierra maldita.
Pero como dijo Rabindranath Tagore : “ La desdicha es grande, pero el hombre es aún más grande que la desdicha” . Las lluvias llegaran pronto y traerán consigo la posibilidad de cultivar las pedregosas tierras de la zona. El pequeño comercio pondrá en marcha el engranaje de esta nueva comunidad asentada donde antes no había nada.
El color blanco que pintan los plásticos de las chozas en el ambiente se tornará oscuro por los ladrillos de barro.
Podrán lavarse los cuerpos y las ropas con jabón.
La ración diaria quizá supere el ridículo puñado de maíz o judías actual.
Y así, quizá también las sonrisas vuelvan a brotar desde ese vergel que es el alma africana
Manuel Criado. Yumbe. 18 febrero 2017.